“La tierra para las que la trabajan” es el título del compendio del libro de Claudia Korol, Somos tierra, semilla, rebeldía: Mujeres, tierra y territorio en América Latina. En él, la autora analiza la propiedad y gestión de la tierra con perspectiva de género, una buena forma de entender cómo nuestra sociedad entiende la vida. La versión en femenino del histórico lema campesino no es gratuita, es mucho más que un acertado encabezamiento.
Hoy, día internacional de la mujer rural, debemos recordar que más de una cuarta parte de la población mundial son mujeres campesinas y, como dice Claudia Korol, sólo el 2% de la tierra fértil es oficialmente de su propiedad. Aún así, son ellas las que dedicándose “de la mañana a la noche al cuidado de las huertas, de los animales, de las semillas, la recolección de frutos y la búsqueda del agua, hacen posible las condiciones de supervivencia de millones de personas en el mundo.” Pero esta realidad tan atronadora pasa desapercibida. Sus tareas se corresponden habitualmente a la esfera doméstica y como no producen mercancías que se pongan a la venta, no son valoradas, ni remuneradas, ni se registran en las cuentas nacionales. Un supuesto orden natural, que también diluyó la importancia de las estructuras comunitarias, es el responsable.
A esta información de desigualdad tan flagrante hay que añadir que el 80% de las tierras cultivadas del planeta, manejadas por hombres, rinden servicio a la agroindustria -dato que el libro toma de Silvia Ribeiro-, con la práctica de una agricultura destructiva [oxímoron]. Frente a ello la mujer rural indígena se convierte en un sujeto político gigante que con su generosidad para con la comunidad y su cuidado para con la tierra, cuestiona de forma radical esa ideología basada en la propiedad privada excluyente y la explotación de las personas y de la naturaleza.
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